Comentario
Dos momentos, separados quizá por un hiato a mediados de siglo, pueden distinguirse en la trayectoria de la Ilustración gallega. El primer momento está dominado por la figura aislada del padre benedictino Martín Sarmiento, que se abre paso entre los estudiosos como una de las personalidades más interesantes de su época, quizás comparable a la de Gregorio Mayans o a la de Benito Jerónimo Feijoo, consideradas las más representativas del periodo anterior a la llegada al trono de Carlos III. Aunque estuvo muy vinculado intelectualmente con Feijoo, a quien consideraba su maestro y al que ayudó en muchas ocasiones con su erudición, su influencia distó mucho de la ejercida por su paisano y compañero de orden, ya que nunca tuvo su preocupación publicística, pese a ser el encargado de corregir los tomos del Teatro Crítico Universal y de formar sus índices. Por el contrario, Sarmiento aparece como un personaje retraído e incluso algo extravagante y en cualquier caso, pese a ser escritor prolífico, poco interesado en la publicación de sus obras. Trató de temas muy diversos, ocupándose de cuestiones económicas en su Memoria sobre los atunes, destinada a abordar el problema de la decadencia de las almadrabas andaluzas, o de cuestiones científicas en su Historia natural, publicada en Madrid en 1762, o de historia literaria en sus Memorias para la historia de la poesía, y de los poetas españoles, publicadas sólo póstumamente en 1804. En esta última obra recoge importante información sobre la poesía castellana y gallega, de acuerdo con su inclinación a la defensa de la lengua vernácula (que debía ser la utilizada por los niños de la región en su aprendizaje escolar) y a la exaltación de las glorias regionales, como hace en su Viaje a Galicia de 1745. Sin embargo, es en el campo de la filología donde realizó sus aportaciones más relevantes, tanto al poner las bases de la dialectología española, como al comentar importantes textos medievales castellanos, como al escribir el primer comentario lingüístico del Poema del Cid, como al erigirse en el precursor de la filología románica.
La Ilustración gallega derivó en la segunda mitad del siglo hacia la vertiente del reformismo económico, que encontró campo abonado en las realizaciones prácticas de la burguesía comercial establecida en La Coruña, con figuras tan representativas como la de Antonio Raimundo Ibáñez, el marqués de Sargadelos. En este sentido, las instituciones que protagonizaron la nueva orientación fueron la Academia de Agricultura (1765), las Sociedades Económicas de Amigos del País (Santiago, 1784; Lugo, 1785) y el Consulado de La Coruña (1785). El más universal de los ilustrados gallegos, José Cornide, perteneció a todas las entidades reseñadas, pues fue fundador y secretario perpetuo de la Academia de Agricultura, miembro de los Amigos del País de Santiago y Lugo, y consiliario del Consulado, además de director segundo del Real Montepío de Pescadores del reino de Galicia y, más tarde, en 1802, secretario de la Academia de la Historia de Madrid, que conserva buena parte de sus escritos, en que trata de cuestiones de geografía, de economía y de historia y singularmente de temas relativos a la pesca, que hacen de él uno de los mayores especialistas en la materia y uno de los mayores representantes de la corriente conservacionista, que intentaba imponer usos restrictivos en la explotación económica de los mares.
La preocupación por la economía regional aflora en los escritos de muchos otros ilustrados, como José Antonio Somoza, miembro de la Económica de Santiago, autor de una obra sobre el cultivo de los montes y de un ensayo sobre el crecimiento económico gallego significativamente titulado Estorbos y remedios de la riqueza de Galicia (1775), como Juan Francisco de Castro, impulsor de la Económica de Lugo e historiador de los mayorazgos, o como Lucas Labrada, secretario del Consulado, de tendencia ya marcadamente liberal y autor de una Descripción económica del reino de Galicia, publicada en El Ferrol en 1804. Sólo restaría añadir los nombres de Pedro Antonio Sánchez, miembro del Consulado y fundador de la Escuela de Dibujo y de la Biblioteca Pública de La Coruña, y de Juan Francisco Suárez Freyre, que publicó en Santiago un Viaje de Galicia, versión regional de un género que la preocupación crítica por el país había puesto en circulación en España.
Habría que comentar, por último, la acción reformista de las Sociedades Económicas de Amigos del País de Santiago y Lugo, impulsadas respectivamente por el canónigo Antonio Páramo (rector de la universidad compostelana) y por el obispo Francisco Armañá (promotor más tarde de la sociedad patriótica de Tarragona), que se completó con la fundación de numerosas escuelas, tanto de primeras letras como de formación profesional (hilado, trencería y pasamanería en Santiago; hilado en Orense; pañuelos y cintas en El Ferrol), lo que acentúa la inclinación del movimiento ilustrado gallego hacia el fomento económico de la región.